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Relato

Comienzo de un comienzo

La lluvia caía como si le encantase el sonido de las gotas rompiendo con el asfalto. Él caminaba bajo ella, casi sin darse cuenta de que se estaba mojando. Quería sentirla, como si eso pudiera limpiarle por dentro todas las impurezas. Paró en seco en medio de la carretera más transitada de la ciudad. Inclinó su cabeza hacia atrás y cerró los ojos, dejando que las gotas cayesen en sus párpados y se deslizasen por sus mejillas, ahora rojas por el frío. El sonido del tráfico y el de las bocinas que intentaban llamar su atención para que se apartase, fueron desvaneciéndose en sus oídos y fundiéndose con sus demonios internos, hasta que solo estaban él y su conciencia.

Acababa de perder todo lo que le importaba, así que el agua no parecía molestarle después de todo. Pensaba quedarse allí toda la noche, porque por primera vez, podía verse al margen de todo. Se había evadido de la realidad y nada importaba demasiado, porque nada era demasiado importante.

Apretó los ojos con fuerza, y apareció una imagen negra sobre la que comenzó a dibujarse, con trazos difuminados, un rostro. El rostro que le había dado sus mejores días, y también sus mejores noches. El rostro que tantas veces le había visto llorar y rendirse, y que después le había secado las lágrimas con un “todo saldrá bien” con tacto de pañuelo, y obviando el olor a alcohol que sus labios dejaban en su pelo. No iba a poder olvidarla. Lo sabía. Al menos, no mientras parpadease y durante unos segundos la viese en el lienzo negro de su oscuridad, tan real, tan vulnerable.

Nunca se habría imaginado que su peculiar historia fuese a tener un final. Aún podía recordar como aquella reservada personalidad le había cautivado día a día desde hacía ocho años. Parecía tener miedo a mostrar su ser, a ser como realmente ella es sin estar preocupada sobre su integridad. Rozaba el suelo como un pájaro con el ala herida. Sin embargo él, al principio, fue su curador. Le desinfectó el alma y consiguió hacer que ese pequeño ave rozase el cielo con la yema de sus finos e infinitos dedos. Tanta fue la fricción con que acariciaba las nubes, que se empezaron a irritar sus delicadas manos, y con ellas, el alma volvió poco a poco a esconderse. Pero solo de él. Cada noche era un alivio, porque al dormirse, bajaba a la superficie y ya no oía los gritos de su curador. Le gustaba sentir la tierra bajo sus pies. Y detestaba despertarse cada mañana y sentirse, irónicamente en lo alto otra vez. Un hormigueo de vértigo día tras día, le inundaba. Y cuando no era habitual, le gustaba. Le gustaba tener ese cosquilleo, porque pensaba que era amor. Pero tan repetido era, que el cosquilleo le acabó creando úlceras de nervios e incertidumbre. Cada portazo, cada palabra salida de tono, cada lágrima contingente de un trocito de ella, la agujereaba más.

Era extraño ver a las personas tan pequeñas desde ahí arriba. Tú tan lejos, y ellos tan cercanos los unos de los otros. “Qué envidia”, pensaba. “Pero ellos no tienen ni idea de lo bien que estoy yo aquí.” Sola. “Qué ignorantes. Ojalá ellos algún día tuvieran mi suerte y conociesen a alguien como él. Le importo, me quiere.” “Aún recuerdo a mi amigo de la infancia, cuando decía que quería casarse con una mujer que le amase y tener muchos hijos con ella. ¿Qué será de él? Hace mucho que no hablo con él. Desde que a mi novio le dio ese ataque de celos tan gracioso porque nos vio tomarnos un café juntos. Parecía un niño enrabietado. Adorable.”

La gente, en cambio, miraba desde abajo y la veían rodeada de nubes grises a punto de romper a llover. Lejos de admirar su situación, sentían lástima. Muchos cogieron una escalera a su nube particular y la intentaron bajar con ellos. “Perderás muchas cosas si sigues con esto.” “Puedo presentarte a mi nuevo compañero de trabajo, parece agradable.” “Mereces vivir, y esto… esto no lo es.” Risas. Muchas y muy fuertes. Con eso contestaba ella. Días y noches pasaban, sin descanso para ella.

Y comenzó una espiral de noches sin pegar ojo, de miedo y de hojas de diario arrancadas. Y las pocas que quedaron, acabaron mojadas de aquellos insomnios en los que sus demonios no la dejaban conciliar el sueño. Vecinos que temían por su vida. Voces que calaban en los cimientos de aquel edificio gris y los agrietaban. Tan profundas y cancerígenas eran, que arrasaban con todo lo que encontrasen a su paso. No importaba nada, solo él. Para su desgracia, la nube comenzó a debilitarse. Amenazaba la tormenta. Lo que no sabía es que la calma posterior, sólo se la merecía ella. Y se salvaría. En cambio él… Él naufragaría, y rodeado de la soledad que fue sembrando, se hundiría en lo más profundo de la realidad.

Entonces algo en su interior cambió. Cayó de la nube en la que creía estar, rodeada de aire puro que se había convertido en tóxico, y tocó la realidad con un impacto. Abrió los ojos que dicen que el amor te cierra, y la realidad le golpeó por dentro, devolviéndole toda la cordura y la dignidad que la unión a este otro ser le había arrebatado. Era su momento, la hora en que amas todo lo que eres y te importas por encima de todas las cosas, incluso de él. Ves que hay luz al final de ese camino, que al principio, muy brillante, fue entrando poco a poco en un túnel de llanto y engaño. Admiras las vistas desde el suelo estable. Te das cuenta que las cosas desde tan alto se tambalean y te alejan de los valores que forjaste cuando aún eras tu propia dueña. Pero ahora, volvía a ser suya y solo suya. Ella se merecía ser ella, nueva y entera, por todo lo que había sufrido desde la primera vez que sintió sus manos suaves, duras contra su piel. El de ese día, había sido el último cardenal que iba a tener que ocultar.

3 respuestas a «Comienzo de un comienzo»

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